Los pequeños pies magullados ya no querían caminar, pero la lluvia se clavaba con fuerza en su piel, y pequeños jirones de tela que juraban ser ropa no le daban ninguna protección contra aquel torrente de infinitas agujas que asaltaban su frágil cuerpo. Solo le quedaba seguir andando, con la esperanza de llegar al triste basurero que tenía que llamar hogar. Dobló en la esquina y avanzó lentamente. No podía correr. Su estómago llevaba días vacío. Levanto un pequeño paño que llevaba en su mano, lo llevo a su cara y aspiro fuertemente. Solía