EL FUEGO crepitaba en la chimenea de la pequeña estancia, ahogando el silbido del viento procedente del exterior. Todas las ventanas estaban selladas y cubiertas con gruesas mantas, y junto a la puerta tapiada se hallaba agazapado un hombre que sostenía un hacha en actitud expectante. El sudor caía copiosamente por su frente despejada y formaba oscuras aureolas en sus axilas y en los pliegues de grasa de su abdomen. Ya se había quitado el anorak, pero el calor del cuarto era asfixiante: todas las luces estaban encendidas, y además de la chimenea una vieja estufa eléctrica bombeaba aire caliente a la estancia.
9 de agosto (5)
Aquel año, Lucy había descubierto el Jazz. Había aprendido a improvisar sobre el teclado y había descubierto la música de Louis Armstrong. Todavía no lo tenía dominado, era algo reciente, pero la idea de pasar el día de su cumpleaños en Nueva Orleans justamente, sí que sonaba bien.
Lucy ya cumplía 13 años. Aquel curso había sido mejor que el anterior, pero no tan bien como le hubiera gustado. Una de las niñas que se metía con ella en su anterior colegio, había ido a parar al mismo que ella por alguna razón que sería del desagrado de L
Podías saberlo tan solo con el aroma que impregnaba la habitación… sí, estaba cerca. Venía otra vez.
Sabías que venía por ti, después de todo eras tú siempre a quien acechaba. Sus largos brazos se movían como tentáculos tratando de capturarte en medio de la oscuridad del cuarto. Tú solamente te cubrías completamente con la sábana en cuanto escuchabas sus pasos irregulares acercarse a la habitación. Lentos pero precisos. No había duda que venía hacia ti.
A veces primero había ruido en la cocina. Los platos se movían, los vasos entrechocaban. Hab
CORRÍA por el sinuoso sendero del bosque, amparado por la oscuridad de la noche. Podía atisbar las luces del campamento enemigo a lo lejos, apareciendo y desapareciendo como destellos intermitentes entre la maleza. Sentía su cuerpo pesado al avanzar, y la cabeza le retumbaba ligeramente al compás de la marcha: estaba exhausto. Y, sin embargo, no había tiempo para descansar. No podía fallar.
Apenas había regresado de su última misión cuando los jefes de su tribu le habían confiado aquella. Había subido de rango entre los suyos: ya no era un mero explorador, ahora era un guerre
La casa ardía hasta los cimientos. Su humo negro oscurecía el cielo del pueblo, sumido en un silencio perentorio. La mujer colgaba exánime de un árbol del jardín. Él contemplaba absorto las llamas, inadvertido entre quienes se afanaban en acallar los ecos inextinguibles de la barbarie: las herramientas de disección ensangrentadas; los frascos con líquidos extraños; los tarros con dientes, pelo y dedos disecados; los cadáveres y, sobre todo, aquel olor pútrido que impregnaba todo y ni siquiera el fuego camuflaba.
Cuando ella ardió, se alejó amparándose en la noche de ceniza
¿Quieres jugar a un juego?
Sola en el cuarto de baño, sujeta una vela cuya trémula luz proyecta sombras siniestras en el espejo. La casa está a oscuras y en silencio.
Llámalo cinco veces a medianoche.
Aguanta el aliento hasta que escucha el reloj.
-Candyman. Candyman. Candyman.
Y si responde, corre.
Aprieta la vela, nerviosa.
-Candyman….
Escruta el espejo, buscando sus ojos rojos en el reflejo: aún nada. Respira hondo.
No temas: no te pillará con una condición.
-Candy…
Se interrumpe alarmada. ¿Acaso…? Busca el interruptor, y al hacerlo extingue accidentalmente la vela.